30 junio 2009

Reforma al Parlamento: una tarea urgente.


Los presidentes de la Cámara de Diputados y del Senado, han propuesto una serie de medidas destinadas a iniciar lo que han llamado un “Plan de Modernización” de ambas Cámaras, cuyo objetivo es el establecimiento de determinados mecanismos de fiscalización y control externos, en los que no intervendrán los Diputados, con el objeto de evitar los bochornosos hechos conocidos por la opinión pública con motivo de la transmisión de un programa de TV, donde quedaba de manifiesta la falta de acuciosidad, de control y rigurosidad de parte de determinados diputados, en el manejo de los recursos que el Estado pone a su disposición a través del presupuesto del Congreso Nacional.

La iniciativa, desde mi punto de vista bien orientada, no resulta más que un pequeño barniz a la deteriorada imagen del Parlamento Chileno, que no sólo se expresa en la administración de los recursos que se le entregan, sino que tiene que ver con el proceso legislativo mismo, es decir, la forma cómo se aprueban las leyes.

Al respecto, es recurrente la justificación de la ausencia de los diputados en la sala de sesiones, dando a entender que el trabajo legislativo en realidad se realiza en el trabajo de Comisiones.

Al respecto, debo hacer a lo menos dos comentarios:

Primero: La exacerbación del análisis sólo en las Comisiones de la Cámara de Diputados, permite que ocurra que la mayoría de los Diputados, al momento de emitir su voto en la Sala, simplemente ignoran qué están votando y responden exclusivamente a las decisiones que adopten los Jefes de Comités (entiéndase jefes de bancada, es decir, jefes de los Diputados de cada Partido con representación Parlamentaria). Esta afirmación, que pudiera parecer temeraria, es fruto de mi experiencia personal, en el diálogo con diversos parlamentarios, que sin pudor reconocen que tal o cual ley la votó sin saber qué era lo que establecía, y

Segundo: Lo más dramático del método de legislar, es que, tampoco en las Comisiones de Trabajo, a las cuales en más de una oportunidad fui invitado para exponer acerca de determinados temas asociados a la gestión de los Municipios, tampoco la acuciosidad y el rigor técnico está presente: integrantes de las comisiones que entran y salen de la sala, sesiones cuyo inicio ( no así su término) se retrasan más de la cuenta, parlamentarios que hablan entre sí interrumpiendo a los demás, otros que usan indiscriminadamente su celular hasta la saciedad, incluso para llamar a sus señoras, en fin, un desorden que permite colegir con seriedad, que el método de legislar dispuesto por nuestro Parlamento, dista mucho de ser lo que los ciudadanos piensan.

Recuerdo que, en mi primer año de derecho, en una cátedra de “Introducción al Derecho”, un profesor nos decía con gran propiedad que había (a la fecha), a lo menos dos cosas que las personas no debíamos saber nunca cómo se hacían: la primera eran las cecinas…la segunda…las leyes.

Al parecer este profesor tenía razón… más aún, cuando las demandas por transparencia y los canales de información, son cada vez más abiertos a los ciudadanos quienes tienen derecho, y lo hacen exigible, a estar informados acerca de la forma cómo se realiza una labor tan importante como la de dictar las leyes que rigen nuestra convivencia social.

Esta falta de rigurosidad en el trabajo es, a mi juicio, un factor determinante en la distancia existente hoy entre los ciudadanos y la política y entre aquellos y las instituciones que los representan. Es importante reconstruir relaciones de credibilidad entre ciudadanos, políticos, partidos y Parlamento, de tal forma que, a partir de una nueva relación, se fortalezca nuestra democracia y sean atraídos al servicio público millares de jóvenes que hoy miran con recelo esta actividad y prefieren marginarse de los procesos que son insustituibles para nuestra convivencia.

El punto es que los principales actores deben hacer las cosas bien: los políticos, siendo ejemplo de coherencia entre el discurso público y su actuar privado; los Partidos tomando decisiones mirando de frente a los ciudadanos y el Parlamento, actuando con mayor transparencia, sentido común (que suele ser el menos común de los sentidos), y desarrollando sus proceso de creación de las leyes pensando en los intereses generales de la nación y no en los particulares de cada sector.

Precisamente porque estos procesos e instituciones son insustituibles en democracia, y teniendo presente el estado de deterioro de la credibilidad pública en ellos que me traen al recuerdo otra frase de otro profesor de mi escuela de derecho, que sostenía con tanta propiedad que “cuando fracasa la política…comienza la guerra” y de verdad creo que nadie razonable desea volver a vivir en nuestro país una experiencia como aquella cuyas heridas aún no somos capaces de cerrar.

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